LA ÚLTIMA VEZ QUE LA VÍ



"La última vez que la ví
se fue doblano la esquina,
donde se tuercen los sueños
y se apagan los ecos de palabras antiguas..."
(Por sus heridas, J.I. García Lapido)

Cuenta la historia que la palabra maniquí proviene del holandés manneken, que significa "hombre pequeño". Un maniquí en nuestra cultura sirve de decoración, de portador de prendas de vestir. Se exhiben para vender. Deben estar impolutos, limpios, siempre sonriendo o con semblante serio, casi desafiante, pero mostrándose como un reflejo tangible de cómo nos gustaría que no viesen. Tan altivos y perfectos...

Somos capaces de ver, casi sin inmutarnos, a personas sucias, andrajosas y con el mismo sentimiento de vacío en sus ojos, pero da igual, son personas. Eso no importa. Pero nos produce cierta repulsa observar un maníquí roto, desmelenado. El maniquí se muestra como símbolo de la mujer y el hombre impecable, perfectamente formado y vestido, y perfectamente arreglado en el sitio perfecto. Ofender el glamour de un maniquí eso sí es intolerable.

Ahí estaba ella. En un callejón de apenas un par de metros sombríos y acre olor a orín. Atada a una carcomida y destartalada silla. Como si se fuese a escapar, para volver de nuevo a estar en lo más alto. Al rato volví a pasar por allí. Ya no estaba. Y el kiosko estaba cerrado. La calle era aún más sombría y estrecha. No volví a verla jamás. Y es que lo maniquíes, aunque desprestigiados, revelan de alguna forma, lo que siempre quisimos ser...


Cámara NIKON D200
Abertura f8
Velocidad 1/200sg
Objetivo Sigma 18-70 mm f/3.5-4.5
Longitud focal 70mm (105mm en 35mm)
Medición Matricial
Modo: Manual
ISO 100
Calidad RAW