Hoy, con más de 40 grados he mirado esta foto con una sonrisa torcida. He recordado el día que estuvimos el pasado verano en Lisboa. Si bien el tiempo nos acompañó gratamente todo el viaje, ese día precisamente, hizo muchísimo calor. Incluso para los que estamos acostumbrados a los sofocos del sur. Tras un día entero andando, por la tarde volvimos al Monasterio de los Jerónimos con la intención de visitar la Iglesia, ya que por la mañana fue imposible dada la gran cantidad de gente que se agolpaba para entrar y que, como hormigas que tienen el paso marcado, salían con la misma expresión en la cara con la que habían entrado.
Apenas había gente. Al entrar un soplido de aire freso y un olor acre, húmedo, invitaba a sentarse en cualquier banco y mirar hacia arriba. Hacia los lados. Pero a evitar mirar la salida, por donde el sol intentaba atravesar cualquier resquicio. Y allí, en penumbra, sin sus dueños meditando, se disponían silenciosos, serenos y frescos los asientos del coro alto de la iglesia. Los miraba fijamente, no sé si por el cansancio y el sofoco que tenía o porque pensaba en las interminables horas de meditación que alguien sostuvo allí. Son esos instantes, quizá, en los que parece que los demás aspectos de tu vida te llaman con fuerza para saber lo que uno quiere. Últimamente descubrimos mucha gente que actúa sin conciencia, no sabe porqué hace las cosas. Es gente perdida y gris, que perdió hace tiempo su camino, y que, camina lo que le marcan o por donde cree que los demás quieren que camine.
Estábamos cansados y el sol perdía fuerza. Los muros de piedra, la penumbra y el silencio habían vuelto a ganar la partida.
Ya era tarde...
Cámara NIKON D200
Abertura f8
Velocidad 1/15sg
Objetivo Sigma 10-20 mm f/4.0-5.6
Longitud focal 10mm (15mm en 35mm)
Medición Matricial
Modo: Manual
ISO 400
Calidad RAW
